miércoles, 20 de abril de 2011

LA POÉTICA DE LA VIOLENCIA: EL NARCOCORRIDO

El corrido es el género de la lírica popular mexicana por excelencia, en el que música y literatura oral se combinan para la transmisión de historias de la cotidianidad de los pueblos, de sus héroes políticos y marginales.
Sus orígenes se emparentan con las coplas satíricas que al menos desde el siglo XVII se cantaban en las plazas públicas, y que son una derivación mestiza de romances y jácaras españolas.
Pero el esplendor del género se presenta en el periodo de la Revolución, cuando los corridistas informaban de los últimos acontecimientos mediante su poesía cantada o escrita en hojas volanderas. Levantamientos, traiciones, asesinatos y decepciones amorosas eran versificados y musicalizados en una suerte de periodismo oral destinado a una población mayoritariamente analfabeta.
Los expertos fechan el primer narcocorrido en 1931. Se trata de El Pablote, que relata las andanzas de Pablo González, un importante traficante de Chihuahua temido por sus enfrentamientos con policías y comerciantes. El narcocorrido hereda así significados musicales y narrativos del corrido revolucionario incorporando los temas de la droga, el contrabando y la violencia en la frontera. A partir de la década de los setenta, la llamada música grupera o de banda norteña cobra particular importancia en la escena nacional, impulsada por grupos ya míticos como "Los tigres del Norte". Así, de ser una música minoritaria, de cantina, este género popular alcanza un vertiginoso éxito comercial que se extiende hasta nuestros días. 
La figura del indomable pero bondadoso bandido tradicional se transforma en el héroe-narco, altanero y prepotente. Los líderes violentos que logran zafarse de la ley aparecen caracterizados con sus símbolos míticos: las armas (“el cuerno de chivo”) o los vehículos impresionantes. El narco es un macho valiente, generoso con sus amigos e implacable con los traidores, un héroe popular que ha logrado escapar de la pobreza  pero a costa de quedar atrapado en un mundo de muerte y violencia.
Los narcocorridos son la voz de la juventud mexicana, sea en los barrios latinos estadounidenses o en las calles de Sinaloa o Durango. Sus letras hablan de traiciones y ajustes de cuentas entre sicarios y distribuidores de marihuana y cocaína, y de espaldas mojadas crucificados a las puertas del opulento vecino del Norte. Cantan hasta a su santo protector, Jesús Malverde, un bandolero de principios del siglo XX que es adorado por narcos y campesinos. Quizás se deba a que se le puede pedir cualquier cosa, y no pide nada a cambio.

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