sábado, 1 de octubre de 2011

CAPERUCITA FERAZ


«Si no sales al bosque, jamás ocurrirá nada y tu vida jamás empezará.»

C. Pinkola Estés 

Como señala Antonio Rodríguez Almodóvar, “más de tres siglos después de su primera publicación, Caperucita Roja continúa siendo el cuento más enigmático de todos los cuentos”. Y quizás por esto ha resultado ser una de las historias más queridas (su protagonista fue el primer amor de Charles Dickens) y presentes en nuestro imaginario colectivo: Zipes (1983) defenderá la permanencia en Occidente de un “síndrome de Caperucita Roja”, ligado a una sexualidad pervertida que instrumentaliza el cuerpo. Es también de los más fecundos, si atendemos a  la ingente marea de versiones e interpretaciones que ha seguido generando hasta nuestros días. Y en cualquier caso, hay que dar la razón a Rodari cuando afirma que “bastan cinco palabras –niña, bosque, flores, lobo, abuela para que cualquier persona de nuestra sociedad evoque y responda: Caperucita Roja”.
Charles Perrault lo recopiló en su conocido Cuentos de mamá Oca (1697), pero es evidente la existencia de una tradición oral previa, rastreada exhaustivamente por diversos autores a partir de testimonios orales, sobre todo en las versiones francesas e italianas. Frente a otros cuentos folclóricos tradicionales, Caperucita era más bien una historia de miedo (lo que los alemanes llaman Schreckmärchen), destinada a prevenir a las niñas de encuentros con desconocidos, y cuyo ámbito territorial inicial parece centrarse en la región del Loira, la mitad norte de los Alpes y el Tirol.  En la versión tradicional de El cuento de la abuela analizada por  Delarue (1956), una mujer encarga a su hija que lleve a su abuela una cesta con pan y leche. En una encrucijada del bosque la niña se encuentra con un hombre-lobo al que pregunta por el camino correcto. Este le da a elegir entre el camino de las agujas y el de los alfileres y ella elige este último, entreteniéndose durante el paseo en ir recogiéndolos. Mientras tanto, el  hombre-lobo llega a la casa de la abuela, la mata y reserva en la despensa algo de su carne y una botella con su sangre. A invitación del monstruo, la niña prueba estas viandas hasta que un gato le  advierte que se trata de los restos de su abuela. El hombre-lobo propone entonces a la niña desnudarse y meterse con él en la cama. Mientras se despoja de sus ropas, la protagonista le va preguntando dónde deja cada prenda pero el hombre-lobo le ordena ir tirándolas al fuego porque no va a necesitarlas más. La niña va haciéndole toda una serie de preguntas, admirada por su pelo, sus garras, sus orejas… y el hombre-lobo va declarándole la utilidad de las diferentes partes de su cuerpo, en un diálogo que sigue el esquema repetido por la mayoría de las adaptaciones. Cuando le pregunta por su boca, el hombre-lobo responde que para comerla mejor. La niña entonces  pide permiso para salir a aliviar sus necesidades, a lo que hombre-lobo replica que las haga en la cama. Finalmente, le permite salir con un pie atado con una cuerda, situación que la niña aprovecha para atar la cuerda a un árbol y escapar, refugiándose en su casa.
 

Le petit chaperon rouge de  Perrault elimina los elementos más explícitamente sexuales y escatológicos así como el episodio de canibalismo, aunque como indica Ródríguez Almodóvar, la pervivencia de este “canibalismo ritual” sigue siendo rastreable es numerosos cuentos populares, como en el  hispánico Mariquilla, jura, jura. Perrault  añade un final desgraciado –la niña, como su abuela, es devorada por el lobo-  al mismo tiempo que caracteriza a la protagonista como una joven hermosa y en parte responsable de su destino. El cuento termina con una moraleja en verso en la que  se advierte a las jovencitas sobre el peligro de los “lobos zalameros”.  Autores como Zipes, Delarue y Orestein dan por hecho que la caperuza roja fue un invento de Perrault, prenda que es interpretada por el primero como un símbolo del pecado, la sensualidad y el demonio. Sin embargo, en una obra  de carácter  didáctico y catequizante del s.XI, Fecunda ratis, Egberto de Lieja recopila un pequeño texto de raigambre popular que mantiene una gran cantidad de semejanzas con el cuento que analizamos. En esta historia la niña sale indemne del rapto del lobo, presuntamente por la presencia de su caperuza rojaregalo de su padrino que parece simbolizar la protección divina otorgada tras el bautismo. Aquí también la niña comete una imprudencia  al adentrarse en el bosque, que es lugar peligroso, pero el cuento acaba bien.
También habrá final feliz en la versión más popularizada, la publicada en el s.XIX por los hermanos Grimm, que suavizaron la de Perrault utilizando elementos del cuento Los siete cabritillos: un cazador salva a Caperucita y a su abuela abriendo el vientre del lobo y llenándolo con piedras, de modo que cuando el lobo intenta huir, el peso lo mata. La moraleja externa es sustituida por la interna y así, en una edición posterior, se introduce el encuentro con un segundo lobo, en el que se confirma que la niña ha aprendido bien la lección. Zipes advierte que este relato dista de ser la transcripción de una versión oral alemana, y que la fuente utilizada por los filológos era Marie Hassenpflug, una joven culta de orígenes franceses. También es muy probable que los hermanos Grimm conocieran la versión dramática de la historia publicada en 1800 por su compatriota Ludwig Tieck, en la que aparece el cazador pero que en este caso, al disparar demasiado tarde, no consigue salvar a la joven. En definitiva, los Grimm adaptan el cuento al contexto cultural de la época asumiendo una función más acorde con el nuevo clima pedagógico. Como señala Pisanty, "se trata de un modelo de educación autodirigida, orientado a consolidar los valores dominantes (autoridad de los padres, renuncia al principio del placer, interiorización de las obligaciones) y a promover el conformismo."
El éxito y enorme difusión de la historia hacen que esta cuente con múltiples interpretaciones, desde las folcloristas que la entroncan con mitos cosmológicos arios y que identifican a  Caperucita con la aurora devorada por el sol o por la oscuridad (Husson, 1874), a las antropológicas (Propp) que rastrean restos de totemismo y rituales de iniciación. Entre las psicológicas, son muy conocidas la de Erich Fromm (1951) en clave de lenguaje simbólico del inconsciente colectivo o la más freudiana de Bruno Bettelheim (1975), que subraya el conflicto entre el principio de placer, la satisfacción de las necesidades edípicas y el triunfo final del ego al someter al ello. Muchas son las críticas realizadas a las interpretaciones psicoanalíticas de los cuentos tradicionales, entre ellas las provenientes de la perspectiva socio-histórica. Así, Soriano (1968) remarca que la historia de Caperucita responde al hambre y las duras condiciones de vida campesina, el miedo ancestral  a los lobos y la complacencia popular ante el triunfo de los débiles. Por su parte, la crítica feminista ve en el cuento una clara justificación de la ley y el orden masculinos y su refutación dará lugar a versiones con una Caperucita contestataria y muy segura de sí misma, como la del cuento Si esto es la vida, yo soy caperucita roja, de Luisa Valenzuela.    



Las innumerables versiones de Caperucita Roja producidas a partir de la segunda mitad del siglo pasado, reflejan la importancia de los cambios educativos y las nuevas tendencias literarias que caracterizan la literatura infantil actual. La distancia humorística y la inversión de roles propician heroínas como la del cuento de Antoniorrobles (1967), en la que el lobo pasa un año en la cárcel sometido a dieta vegetariana y se hace amigo de Caperucita, que declara a su favor en el juicio. O la perversa versión en verso de Roald Dahl en el que el lobo muere a manos de la niña, que le descerraja un tiro para hacerse un abrigo con su piel. Hay una Caperucita roja eléctrica (Janosch, 1972), un Caperucito Azul  (Rodríguez Castelo, 1975), una Caperucita criolla (Nazoa, 1985) y un Lobito Caperucito (Anholt, 1998). En la Caperucita de Sarah Moon (1984), ilustrada con fotografías, la presencia explícita del lobo es sustituida por un cadillac que ronda a la joven, mientras que el striptease de esta y la manera en que quedan dispuestas las sábanas al final del cuento confirman un ambiente marcadamente erótico. Con Te pillé, Caperucita, Carles Cano obtuvo el premio Lazarillo en 1994, un cuento concebido como obra de teatro que es además un claro ejemplo de intertextualidad. Hay historias de Caperucita contadas por el Lobo y versiones políticamente correctas como la irónica de James Finn Garner (1995) que reemplaza al leñador por un “operario de la industria maderera”, víctima de las figuras avasalladoras de Caperucita y su abuela. Caperucita aparece en los versos de la premio Nobel Gabriela Mistral, inspira la protagonista de la novela de Carmen Martín Gaite Caperucita en Manhattan, y se vuelve feroz en la conocida canción que para Javier Gurruchaga y la Orquesta Mondragón escribió Luis Alberto de Cuenca. Las ilustraciones que han acompañado al cuento son igualmente incontables y abarcan desde las clásicas de Doré a las brillantemente conceptuales de Kveta Pacovska. Los nuevos soportes han posibilitado que el cuento saltara a las historietas del manga, como la conocida Tokyo Akazukin, en la que la protagonista tiene el único deseo de ser devorada por una criatura llamada Señor Lobo, o los videojuegos Darkstalkers en los que la heroína es una pequeña destroyer despiadada que aparenta ser una niña inocente disfrazada con su caperuza roja. El cine también cuenta con numerosas adaptaciones, que incluyen  la versión erótica de Tex Avery (1943), la evocadora cinta de Neil Jordan En Compañía de lobos (1984), o la recientemente estrenada  Red Riding Hood de Catherine Hardwicke.
¿Triunfo del débil, violencia sexual, miedos ancestrales? Parece claro que algo más que un aviso aleccionador para jóvenes inexpertas debe alentar en los repliegues de esta vieja historia que durante siglos ha seguido ejerciendo su fascinación para que no dejemos de contarla.