Presentación

Vivimos inmersos en un universo de escritura. El extraordinario invento de la littera, la entusiasta aceptación de sus ventajas a la hora de transmitir y fijar los contenidos expresados, la revolución expansiva que la imprenta propició y las transformaciones sociales que han permitido la generalización del acceso a la educación, nos han convertido en un mundo letrado. Que no es lo mismo que decir culto ni sabio.

El lenguaje es un fenómeno primaria y fundamentalmente oral y durante milenios principal vehículo transmisor de las culturas, pero el prestigio de lo escrito ha ido marcando la progresiva desvalorización de la oralidad y su reducción al baluarte depreciado de lo “primitivo, lo “popular”, lo “tradicional”.

Hay que señalar también que la noción de oralidad se ha construido desde la cultura de lo escrito, de lo que deriva la aparente contradicción del término literatura oral. Algunos autores encuentran monstruosa esa contradicción, tanto como lo sería definir un caballo “como un automóvil sin ruedas” y proponen nuevos términos como “oralitura” o “artes verbales”. Pero más allá del prurito etimológico, parece incuestionable la existencia de estas dos formas de hacer y transmitir la literatura. Las diferencias entre ambas son claras en cuanto a aspectos pragmáticos y estilísticos, pero es necesario igualmente contemplarlas como complementarias y no como valores culturales excluyentes.

Es cierto que el impacto de la cultura escrita en las tradiciones orales ha terminado casi con la esfera de la oralidad pura o primaria, pero junto a este fenómeno hay que constatar en la actualidad el imparable desarrollo de una nueva oralidad, que tiene su fuente y soporte en los medios de comunicación de masas y no en la escritura. La novedad de esta oralidad postalfabética  radica en el hecho de que aquí la palabra se aleja de la dependencia respecto del soporte escrito y consigue una difusión inmediata y masiva, mucho más eficaz que la que podría depararle el más vendido de los libros. Y junto a la vitalidad de lo oral, hay que constatar las profundas transformaciones operadas en el ámbito de la escritura, propiciadas por el inmenso desarrollo de la red telemática mundial. Aquí tampoco cabe dar la razón a los que auguran el hundimiento de la Galaxia Gutenberg, sino resaltar el enriquecimiento que las posibilidades del hipertexto supone para la comunicación interactiva, y analizar las modificaciones que están afectando profundamente a los contextos de producción y recepción. La unión de palabra, voz e imagen configura un nuevo paradigma en la creación y transmisión de lo literario, con la inclusión de sus manifestaciones populares y cultas, ancestrales y contemporáneas, inmediatas e innovadoras, recogidas en las fuentes de la tradición oral o de la escrita.

Son las potencialidades de este nuevo marco comunicativo las que posibilitan –por ejemplo– que un romance de ciego, un villancico o una leyenda de nuestro acervo tradicional en español, sean conocidos e investigados –a un golpe de tecla y acompañados de archivos sonoros– por un filólogo bielorruso o un campesino de Ohio. Aprovechemos pues las posibilidades que esta nueva revolución multimedia nos propone para realizar una necesaria labor de “rescate” de las producciones orales de nuestro patrimonio cultural. Porque la noción de innovación no debe oponerse a la de herencia, ni la enorme disponibilidad que las nuevas tecnologías nos depara confundirse con un aprovechamiento responsable de sus recursos. Tenemos más información pero eso no nos convierte automáticamente en ciudadanos mejor informados. La universalización de las oportunidades culturales no nos hace más cultivados. El acceso indiscriminado a las fuentes de la sabiduría no nos vuelve sabios.

En un mundo rendido a las liturgias tecnológicas y económicas, que vive un tempo acelerado y propicia el consumo de bienes culturales de forma banalizada y masiva, quizás merezca la pena pararse a escuchar la canción de cuna con la que una abuela duerme a nuestros hijos. Porque sus palabras forman parte de una  poderosa cadena de memoria humana que merece conservarse y porque cuando los últimos representantes de esta memoria viva desaparezcan, no podremos ya cantar esa canción a nuestros nietos.

Hablamos entonces de una frágil belleza.
De nuestra labor depende que se preserve.