miércoles, 16 de marzo de 2011

UN EJEMPLO DE ROMANCE FRONTERIZO

Como señala Menéndez Pidal en su clásica Flor nueva de romances viejos,  “los romances son poemas épico-líricos breves que se cantan al son de un  instrumento, sea en danzas corales, sea en reuniones tenidas para recreo simplemente o para el trabajo en común”.  Se trata de composiciones poéticas cuyo metro característico es el verso de dieciséis sílabas, partido en dos hemistiquios de ocho, con rima asonante uniforme en los versos pares. Cuentan historias que por su fuerza humana y su potencia lírica quedan grabadas en la memoria popular y son repetidas por una gran variedad de intérpretes, lo que genera con el tiempo una notable gama de variaciones. Los romances viejos tienen su origen en los cantares de gesta medievales y son popularizados hacia el siglo XIV por los juglares, que facilitaron la fragmentación de los temas en su divulgación por pueblos y ciudades. 
Suele distinguirse en función de su temática y otras características entre  romances históricos, carolingios, novelescos, líricos, épicos, vulgares o de ciego y fronterizos. Estos últimos  recogen  tanto hechos históricos como historias íntimas de personajes anónimos, a través de los cuales se reflejan las tensiones y complejidades de una época convulsa. Hechos de armas, correrías, secuestros y duelos de paladines dan cuenta así de la dura vida de frontera y del conflicto abierto entre las comunidades cristiana y musulmana. 


Héctor Braga intepreta, a la zanfoña, una variante del romance de la cristiana cautiva

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