domingo, 22 de mayo de 2011

SOBRE HÉROES Y DRAGONES

La historia del héroe que debe luchar contra el temible dragón y rescatar a la princesa es muy común en los cuentos populares. Aarne-Thompson clasifican el tipo básico con el número 300 y le asignan el título genérico de “El matador de la serpiente”. Espinosa analiza quince versiones hispánicas que caen dentro de este tema, claramente identificable en la comedia mágica de Lope de Vega El ganso de oro. Puede que Lope lo tomara de la tradición oral, dado que el cuento es uno de los más extendidos en la cultura europea. Pero puede que lo conociera igualmente a través de la historia de Tristán, de la novela corta La piacevoli notti de Straparola o de leyendas muy populares en su época como la que atribuía a Guzmán el Bueno la victoria sobre una sierpe de siete cabezas.
El tópico de la lucha con el dragón o serpiente que retiene a la doncella, devasta el reino o custodia algún tesoro, se repite entre los mitos y leyendas de multitud de culturas. En la cosmogonía babilónica Enûma Elish se cita a la diosa Tiamat como un dragón oceánico que comandaba las hordas del mal y al que era necesario aniquilar para crear un nuevo orden cósmico. En la cultura acadia aparece la serpiente que roba a Gilgamesh la planta de la inmortalidad. En el Ramayana indio se nos habla de las hazañas del héroe Ravana, entre las que destaca su guerra contra las serpientes. En el mito egipcio de Setna y el Libro Mágico, el héroe debe luchar con una serpiente inmortal que custodia el libro del dios Thot. Para los hititas, el dios de la Tempestad se encarga de matar a la serpiente en una aventura que recuerda en muchos de sus elementos a la de Orfeo, como en la prohibición de mirar hacia atrás en el mundo infernal. El israelita Daniel (Daniel 14, 23-31) se enfrenta a un dragón al que consigue matar haciéndole tragar una bola de pez, grasa y pelos hervidos. Como castigo, los babilonios lo arrojarán al foso de los leones.  
En nuestra tradición clásica, Apolodoro y Ovidio nos cuentan la historia de Perseo: el héroe que tras cortar la cabeza de Medusa -la Gorgona con serpientes por cabellos- libera a la princesa etíope Andrómeda, encadenada y expuesta a un monstruo marino. También en la mitología griega hay que reseñar el undécimo trabajo de Hércules (Apolodoro, lib. II) en el que el héroe debía hacerse con las manzanas de oro de las Hespérides, que eran vigiladas por un dragón inmortal de cien cabezas. La mitología germana incluye al dragón (Nidhug o Níðhöggr) entre las fuerzas del inframundo. El poema épico anglosajón Beowulf  narra las proezas del héroe de este nombre que pierde la vida en su lucha con un dragón, no sin antes despojarle de un enorme tesoro que entrega a su pueblo. En el Cantar de los Nibelungos, Sigfrido mata al dragón Fafnir, y al ungirse con su sangre, se hace inmune a todo mal.
Pero no en todas sus representaciones aparece el dragón como un ser negativo. Para los celtas, el dragón era una divinidad de los bosques cuya fuerza podía ser controlada y utilizada por los magos. En muchas culturas orientales los dragones eran, y en algunos cultos son todavía, reverenciados como representantes de las fuerzas primitivas de la naturaleza y el cosmos. En las leyendas chinas hay dragones que vigilan los cielos, que traen la lluvia y controlan los ríos y arroyos. En Japón, donde se los tiene por seres sabios y benéficos, los dragones han sido durante siglos el emblema oficial de la familia imperial. Y en la Mesoamérica precolombina existe una gran tradición de veneración a la serpiente como animal sagrado, a menudo acompañante de los dioses. Es el caso del dios tutelar de los tenochcas, Huitzilopochtli, que utiliza como arma un dragón de fuego. 



El cristianismo hereda la idea hebraica del dragón, desde la serpiente del Génesis a las visiones de Juan (Apocalipsis, 12), tan presentes en el imaginario medieval. Recordemos, por ejemplo, la glosa del Beato de Liébana, en cuyas ilustraciones es posible contemplar a la Bestia de siete cabezas finalmente vencida por las fuerzas del bien. En el arte cristiano del Medievo, el dragón o la serpiente simbolizan el pecado y aparecen así bajo los pies de santos, mártires y de la Virgen María para representar el triunfo de la fe y de los reinos cristianos sobre el diablo y el infiel. La leyenda de San Jorge y el dragón muestra claramente este significado. Jorge de Capadocia fue canonizado en el 494 por el papa Gelasio I y su veneración como mártir comenzó tempranamente. Pero es en el siglo IX cuando comienza a difundirse, como parte de La leyenda dorada, la imagen de San Jorge a caballo como vencedor del dragón, para el que se ha querido ver un precedente en el dios Sabacio, padre celestial de los frigios.


La serpiente, pues, como encarnación del mal, ha sido una constante en el cristianismo. El P. Buenaventura, en sus Historias y Parábolas Moralizantes, utiliza el simbolismo de la lucha contra el dragón para ilustrar los irresistibles poderes del pecado. Y en el Barlaam y Josafat, una obra de enorme difusión en la Edad Media, se adoctrina contra un terrible dragón flamígero “ ávido por engullir a cuantos han preferido los placeres del presente a los bienes del futuro".
Esta visión del monstruo terrorífico la encontramos en numerosos romances, desde el anónimo recopilado por Duran con el nombre de La Arpía Americana, al romance de principios del siglo XIX titulado Monstruo de Jerusalem, en el que se justifica la existencia del espantoso ser como castigo a "los continuos desacatos de los Turcos”. Y en muchas leyendas referidas modernamente se sigue hablando de jóvenes o princesas raptadas por monstruos, y de las luchas de los héroes para rescatarlas. Así, por ejemplo, Leandro Carré Alvarellos, en Las Leyendas Tradicionales Gallegas, incluye las llamadas "La Coca de Redondela"  y " La cueva del rey Cintoulo", que versan sobre estos tópicos. 
En el imaginario colectivo más próximo a nuestros días, la figura del dragón y sus luchas o alianzas con los héroes ficcionales sigue siendo recurrente en la literatura (pensemos en el legendarium de J. R.R.Tolkiem o  en La Historia Interminable de Michael Ende); en el cine (Dragon ball, El señor de los anillos, Cómo entrenar a tu dragón, etc); o incluso como elemento indispensable de numerosos juegos de rol.

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